El mar comenzó a filtrarse debajo de la puerta.
Cuando supo que lo buscabas, fue necesario que viniera. Todos escuchamos el timbre y todos recordamos la catástrofe, que no se pronuncia nunca tan fuerte como para que podamos oír.
Graciela abrió la puerta y lo dejó entrar.
Él subió las escaleras sin saludar a nadie en la sala y en la sala el silencio se pronunció. "Les dejé poner las manos sobre mí y todas las cerraron en puños, ahora puedo decir que sí", dijo.
Yo lo miré pasar por el corredor através del marco de la puerta y él se detuvo a saludar, sonrió, tambaleó sus cabezas de adelante para atrás y pisó fuerte.
Todos abajo escucharon.
Continuó lentamente y con la mirada atravesando la madera y el polvo, para verte a ti, sentada de espaldas a él, a todos.
Reclamaste tus cenizas y el diamante que algún día salió de tu estómago y fue a parar a su tormenta, justo a su tormenta, donde solo hay muertos flotando.