miércoles, 30 de septiembre de 2009

Eleonora


Eleonora, Santa, no te piques lo ojos.
Abre las ventanas y deja entrar la madera y los rayos del sol; ve y recuesta la cama al lado del árbol del patio que ya casi son las cuatro.
Eleonora, Santa, la tarde de hoy la piensas con tus males suaves y no has dormido nada, mírate nada más, acuéstate en la siesta que te traemos, siempre, Eleonora, porque te queremos mucho y queremos tu voz de azúcar blanca pura, pura pura...
Déjenle morir.
No le digan nada, no tiene por qué saber de sus sucias manos. No esperen que dé vuelta cuando se despida, no le griten lo que yo les digo, no le quieran, no le tengan fé ni temor ni misericordia, no aumenten su hambre, no alienten su belleza, no juren en su nombre ni en contra suya, no, se van a destrir por completo cuando les diga cómo se llama de verdad.